En lo alto de una montaña majestuosa, donde las nubes parecían algodones de azúcar, vivía Dizzy, la Dona Voladora. Dizzy era de un azul celeste, como el cielo en un día perfecto. Le encantaba girar y girar, con su agujero en el medio actuando como un portal secreto a la Dimensión de la Risa. Y no se diga de sus chistes… ¡eran los más tontos que se pudieran imaginar! Pero lo más especial de Dizzy eran sus chispas de confeti. Dependiendo de lo bueno que fuera su chiste, ¡las chispas cambiaban de color!
Un día, Dizzy estaba girando cerca de la cima, soltando chispas amarillas porque había contado un chiste sobre un plátano y un chicle. "¡Whoop!" – exclamó Dizzy al terminar su chiste – "¡Ese sí que fue bueno!" De repente, las chispas amarillas comenzaron a desvanecerse. Se volvieron grises, ¡como si el chiste se hubiera ido! Dizzy se preocupó mucho, porque cuando se acababan los chistes, la Dimensión de la Risa perdía su alegría.
En ese momento, llegó Victor, un niño de diez años que estaba de vacaciones con su familia. Victor era un chico muy especial: ¡le encantaban los superhéroes y las historias de héroes! Estaba fascinado por el movimiento de Dizzy. "¡Qué increíble!" – exclamó Victor – "¡Una dona voladora! ¡Como un superhéroe!" Dizzy, al oír esto, dejó de girar por un momento.
"¡Hola!" – saludó Dizzy – "Soy Dizzy. Y sí, soy un poco como un superhéroe, ¡pero mi superpoder es hacer reír!"
Victor se acercó a Dizzy, maravillado. "¿Y qué le pasó a tus chispas? Se ven un poco tristes".
"¡Oh, no!" – suspiró Dizzy – "Alguien está robando los chistes de la Dimensión de la Risa. Sin chistes, no hay risas, y sin risas, mis chispas pierden su color".
"¡Debemos hacer algo!" – dijo Victor, con una determinación digna de un héroe. "¿Cómo podemos ayudar?" Victor tenía la mente de un detective, siempre buscando pistas y resolviendo acertijos. Dizzy sonrió, porque ¡sabía que habían encontrado a la persona adecuada!

"Entremos en la Dimensión de la Risa" – dijo Dizzy, indicando su agujero con una sonrisa. "Es un portal secreto. Pero necesito tu ayuda, Victor. Eres muy bueno para resolver acertijos, y creo que necesitaremos eso para encontrar al ladrón de chistes".
Victor asintió con entusiasmo. "¡Me encantan los acertijos! ¡Vamos!" Y sin dudarlo, ambos entraron en el agujero de Dizzy. "¡Whoop!" gritó Dizzy.
El portal los transportó a un mundo lleno de colores vibrantes y formas extrañas. Risas flotaban en el aire. Pero, a medida que avanzaban, notaron que la alegría se desvanecía. Los colores se volvían más grises, y las risas eran cada vez más escasas.
"¡Debemos encontrar al ladrón!" – exclamó Victor, sintiéndose como un verdadero superhéroe. "¿Dónde deberíamos empezar?".
"Sígueme" – dijo Dizzy – "Conozco todos los rincones de esta dimensión".
Juntos, Dizzy y Victor recorrieron la Dimensión de la Risa, superando divertidos obstáculos. Tuvieron que cruzar un río de cosquillas (¡muy difícil de resistir!), resolver un acertijo que hacía que el sol sonriera y esquivar bolas de helado que rebotaban. ¡Victor descubrió que él también tenía superpoderes! Su habilidad para resolver acertijos era asombrosa, y la usó para guiar a Dizzy y a él mismo.
Después de una larga búsqueda, llegaron a un lugar oscuro y sombrío. Allí, escondido tras una pila de chistes robados, encontraron al ladrón: un pequeño duende con un sombrero puntiagudo y una gran bolsa llena de chistes.
"¡Te atrapamos!" – exclamó Victor.

El duende, al verse descubierto, se encogió de miedo. "¡Yo… yo solo quería tener chistes para mí!" – dijo con voz temblorosa.
Dizzy y Victor se miraron. "¿Por qué querías los chistes?" – preguntó Dizzy.
"Porque… porque nadie me hacía reír. Todos se reían de mí" – respondió el duende.
Victor, recordando las historias de héroes, supo qué hacer. "Los chistes son para compartir" – dijo Victor – "La risa es mejor cuando se comparte. Y tú también puedes ser divertido".
Dizzy asintió, entendiendo perfectamente. "¡Claro!" – exclamó Dizzy – "Podemos ayudarte a hacer reír a los demás. Podemos ser tus amigos. ¿Qué te parece?".
El duende, sorprendido y conmovido, asintió tímidamente. Dizzy le enseñó a contar chistes y, juntos, comenzaron a practicar. Las chispas de Dizzy recuperaron su color y la Dimensión de la Risa volvió a llenarse de alegría. El duende, ahora un gran contador de chistes, se convirtió en un valioso amigo. Victor, con su ingenio y corazón de héroe, había salvado el día.
De vuelta en la cima de la montaña, Victor se despidió de Dizzy. "¡Fue una aventura increíble!" – dijo Victor. "Y aprendí que incluso los superhéroes necesitan amigos".
Dizzy sonrió. "¡Así es, Victor! Y la próxima vez que necesitemos ayuda, ¡sabemos a quién llamar! ¡Whoop!" – y giró una vez más, lanzando chispas multicolores al cielo, demostrando que la amistad y la alegría siempre prevalecen.