En un castillo mágico, donde los deseos florecían en forma de flores, vivía la Princesa Luma. Su cabello era de un rosa profundo, como el de los flamencos, y cambiaba de color según su estado de ánimo. Podía hablar con las mariposas y su tiara, hecha de una estrella fugaz, brillaba con una luz suave. El castillo estaba lleno de maravillas, incluso tenía bloques de construcción para que Henry, un joven amigo de la Princesa, pudiera crear castillos aún más grandiosos.

Una noche, algo inusual sucedió. Twinkle, la Estrella Durmiente, con su cuerpo de un azul violeta y su suave brillo, cayó del cielo. Twinkle solía flotar sobre las camas de los niños, creando sueños felices, pero ahora, en el castillo, no podía hacer su magia. Esto entristecía a la Princesa Luma, pues sabía que muchos niños, como Ping, dependían de Twinkle para tener dulces sueños. “¡Esto es terrible!”, exclamó Luma, con el cabello poniéndose gris, “¡No puedo imaginar que haya niños que no puedan dormir!”.

De repente, ¡Kiki, la Unicornio de Caramelo, entró corriendo! Con su melena que olía a algodón de azúcar y sus cascos que dejaban un rastro de chispas, Kiki siempre sabía cómo animar a todos. “¡No te preocupes, Princesa!”, dijo Kiki con una voz alegre. “¡Juntos encontraremos una solución! ¡Y mientras tanto, les contaré un chiste!”. Y Kiki, con su voz de cascabel, contó un chiste que hizo reír a todos, incluso a la Princesa Luma. “¿Por qué los peces viven en agua salada? ¡Porque la pimienta les hace estornudar!”.
Luma miró a Twinkle. “Tenemos que ayudarte a volver al cielo. ¡Necesitamos que los niños sueñen!”. Así, la Princesa Luma, Twinkle y Kiki, decidieron que debían emprender un viaje.