En un pueblecito cubierto de nieve, donde las luces parpadeaban como estrellas caídas del cielo, vivían Amelia y Harper. A Amelia le encantaban los unicornios y la magia, y a Harper le gustaba cantar y tocar instrumentos musicales. Cada noche, justo antes de dormir, las dos hermanas se acurrucaban juntas, soñando con fantásticas aventuras.
En medio del pueblo, sobre una colina nevada, se alzaba el Castillo Chispa. Era un castillo mágico, de un azul cielo precioso, con torres que giraban y cambiaban de lugar cada día. Dentro del castillo, vivía una familia de dragones de las nubes, y en el foso, en lugar de agua, había luz estelar líquida. Lo más especial del Castillo Chispa eran sus nanas. Cada noche, justo cuando la luna se asomaba, las torres del castillo cantaban dulces nanas que llevaban a todos los niños del pueblo a un sueño profundo y feliz.
Una noche, Amelia y Harper, ya en sus camas, sintieron una cosquilla especial. “¡Hoy va a pasar algo emocionante!”, dijo Amelia, con los ojos brillantes. Harper asintió, ansiosa. Cerraron los ojos, listas para dormir, pero en lugar de dormirse, se encontraron flotando suavemente hacia el Castillo Chispa. ¡Era un sueño!

Cuando llegaron, se encontraron con Wobble, el Pulpo Gelatinoso. Wobble, con su cuerpo de un azul brillante y gelatinoso, bailaba con gracia, dejando tras de sí rastros de risitas. “¡Hola, chicas! ¡Estoy muy preocupado!”, dijo Wobble, con voz alegre pero nerviosa. “Las torres... ¡han dejado de cantar las nanas!”. Y justo en ese momento apareció Dizzy, la Dona Voladora, girando y soltando confeti. Dizzy, con su agujero en el centro que era un portal a la Dimensión de la Risa, siempre contaba chistes, pero hoy sus chispas estaban grises. “¡Es verdad! ¡Algo anda mal!”, exclamó Dizzy, preocupada. “¡Y mis chispas no tienen color! ¡No puedo ni contar chistes!”.
Amelia y Harper, con sus corazones llenos de curiosidad y valentía, decidieron investigar. Entraron al castillo. ¡Qué sorpresa! Las habitaciones cambiaban de lugar, los dragones de las nubes estaban tristes y la luz estelar del foso brillaba muy poco. “¡Tenemos que ayudar!”, dijo Amelia, decidida. Harper, con su amor por la música, asintió. “¡Encontremos por qué no cantan las nanas!”.
Juntos, comenzaron su búsqueda. Wobble, con sus tentáculos musicales, intentó tocar una melodía, pero no salía nada. Dizzy, aunque triste, intentó animarlos con chistes, pero las chispas grises no ayudaban. Amelia y Harper, con sus instrumentos imaginarios, comenzaron a tararear las nanas que conocían. De repente, ¡una nota musical brilló en el aire! La siguieron, guiadas por la música, hasta llegar a una habitación escondida.

Allí encontraron a la estrella Solitaria, una estrella que había perdido su brillo. “¡Yo… yo robé las notas!”, dijo la estrella, con voz temblorosa. “Extrañaba tanto las nanas que decidí guardarlas para mí”. La estrella solitaria se sentía triste y sola, y por eso había hecho eso. ¡Qué pena!
Amelia y Harper, al darse cuenta de lo que pasaba, sonrieron. “No te preocupes”, dijo Amelia, “¡podemos compartir las nanas!”. Harper, con su dulce voz, comenzó a cantar una nana, y la estrella solitaria, al escucharla, empezó a brillar de nuevo. Wobble bailó con alegría, y Dizzy, al ver el brillo de la estrella, ¡empezó a soltar chispas de colores otra vez! La habitación se llenó de música y risas.
Entonces, las notas musicales robadas regresaron a las torres del Castillo Chispa. Las torres, agradecidas, comenzaron a cantar las nanas más hermosas que jamás se habían escuchado. La luz estelar del foso brilló con más intensidad, y los dragones de las nubes volvieron a sonreír.
De repente, Amelia y Harper sintieron una suave caricia. Abrieron los ojos y estaban en sus camas, sonriendo. ¡Habían soñado! Pero sabían que lo vivido era real. Sabían que, gracias a la amistad, la música y la bondad, todo se había arreglado. Y desde ese día, cada noche, al cerrar los ojos, Amelia y Harper sabían que en el Castillo Chispa, las nanas siempre estarían ahí, listas para llevar a todos a un sueño feliz. Y desde aquel día, la estrella solitaria, acompañada por la música, nunca más se sintió sola.